viernes, noviembre 25, 2016

apertura

El pasado martes 22 estuve en la Casa de la Literatura, en el marco de La semana de la Literatura que organiza el Celit de la Unmsm, es decir, en un evento organizado por los mismos alumnos de la universidad y eso es algo que me deja muy contento, porque de su profesorado, en realidad no espero nada, peor cuando hay un cuarentón chancho argollero de gorrita, y que camina en dos patas (y encima habla), dando vueltas por una de sus maestrías. El fin de los tiempos, le dicen, aunque yo tengo suficientes esperanzas para que las cosas cambien, confío en las nuevas generaciones.
Tenía que hablar de Bob Dylan, sobre la polémica desatada alrededor del Nobel de Literatura que se le otorgó, y no lo hice solo, puesto que aparte del moderador, estuve también acompañado del profesor Marcos Mondoñedo, un capo en teoría literaria y un polémico nato. Que Mondoñedo es un capo, lo sabía desde hace un tiempo, pero de su lado polémico no, eso lo supe medio minuto antes de ubicarme en la mesa de debate, cuando una guapa asistente me advirtió de su tendencia por la polémica y la discusión, entonces, caminé relajado al estrado, sintiendo la mirada del moderador y Mondoñedo. En una, y sin tanto melindro, supe cómo calmar el ansia polémica del teórico, si es que la hubiese tenido.
¿Había que polemizar por un Nobel de Literatura, ahora a la luz de las semanas, que no merecía Dylan, aunque sí? Comencé la charla, destacando lo que siempre me ha gustado de Dylan, en cómo fue que empecé a escuchar su música, o mejor dicho, sus letras, y ese reconocimiento de sus letras se debió a una clase sobre Poesía Peruana en San Marcos, a mediados de los noventa, tiempo de revolución silente ante una dictadura que poco a poco se quitaba la careta maquillada. Mondoñedo, por su parte, y abusando en algo del léxico académico, disertó de la tradición del Nobel de Literatura, lo que como premio genera, los discursos que podría motivar en la academia.
La charla se encausó por senderos distintos, pero cada quien en su postura, sin altanerías de por medio. Sin embargo, el profesor hizo un señalamiento importante, se adelantó a lo que pensaba decir en mi última intervención. Dijo que este Nobel debe motivar a la academia (la universidad) a una apertura hacia lo que se viene escribiendo, que no necesariamente viene ligado a la pureza de los registros ya conocidos. En líneas generales, eso fue lo que entendí, y en base a lo que entendí (algo que sintonizaba conmigo), fue que reforcé ese concepto de apertura. 
En este sentido, podría tomarse lo de Dylan como una metáfora de la apertura, pasar de la informalidad de la charla de café a la discusión seria en los terruños universitarios. Así, espacios de tradición como San Marcos comenzarían a sacudirse de su mirada anquilosada que desde hace rato les viene pasando la factura. Como bien lo dijo Gould, “si no cambias el agua del recipiente, el agua se pudre”.

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