martes, febrero 21, 2017

poeta leyenda

Una entrevista de Renzo Porcile al crítico literario y editor Abelardo Oquendo hizo que ponga patas arriba mi casa, puesto que no encontraba mi ejemplar de la poesía completa de Javier Heraud. Me refiero a la que publicó Campodónico, cuyo cuidado de edición estuvo a cargo del catedrático y poeta Hildebrando Pérez.
Así es. Esa edición: la que lleva una portada de motivos selváticos de Claude Dieterich.
Encontrar este libro me hizo pensar en los otros poemarios que deben estar desperdigados por la casa, quizá ocultos en algunas cajas de libros. No lo pienso, buscaré las otras joyas bibliográficas en estos días.
De las respuestas de Oquendo, me centro en lo que dice del biopic sobre Heraud, En busca de Javier de Eduardo Guillot. En este sentido, comparto el temor del crítico, porque podríamos estar ante una película sin nervio, sin luces sobre una vida truncada por la tragedia. No me refiero a que la película sea mala, sino a algo peor: que se nos muestre un Heraud idealista, sin tormentos, ni demonios, que un día decidió abandonar sus estudios de cine en La Habana para embarcarse en un proyecto revolucionario continental.
Heraud murió acribillado en Madre de Dios, en 1963. Tenía 21 años. No pasó mucho tiempo para que comenzara a edificarse sobre él una leyenda, la misma que se ha impuesto a lo interesante de su propuesta poética. Creo que no estamos cayendo en la mezquindad valorativa. Heraud no fue un gran poeta, pero sí uno que a su corta edad demostró ser dueño de una envidiable sensibilidad para el ejercicio poético. Obviamente, habló del poeta en base de lo leído, poco o nada sirve especular sobre un posible derrotero que no llegó a desarrollar.
De Heraud he escuchado muchas cosas, cada cual más sublime que otra, hasta llegué a pensar que murió casto. Entiendo, en parte, la imagen que sus compañeros generacionales han proyectado de él, tan recto, tan puro, tan comprometido con las luchas contra las injusticias que sufrían pueblos como el peruano. Heraud era un hijo natural de una época politizada por la efervescencia de la Guerra Fría. Resultaba normal que cualquier joven simpatizara con causas revolucionarias y Heraud es la perfecta metáfora de las mismas. 
Sería interesante que la película de Guillot venga signada por una exploración en el lado humano de Heraud, abordando sus imperfecciones, sus desaciertos, manifestando sus demonios personales. Solo así tendremos un Heraud más humano, es decir, más perdurable.

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