lunes, agosto 28, 2017

ocio

Ayer domingo me encontraba en la pastelería Belgravia, quizá el espacio que me ha visto crecer, al menos desde los ocho años. Esta pastelería   –suerte de destino infantil/adolescente/juvenil al que iba con mis amigos y compañeros del colegio, todos dulceros, menos yo, que de dulces jamás he sido adicto– sigue manteniéndose fiel a la identidad de su tradición, he allí pues la razón de su exitosa supervivencia. Los años no pasan en vano y algunos cambios ha experimentado su local, sin duda, exigencias de la llamada modernidad, pero esta no atenta su esencia. A saber, ahora hay bancas fuera del local, cosa inimaginable en mis años escolares. Antes de pedir mi pastel de acelga, ocupé una banca, prendí un pucho y contemplé la paz dominguera de Arenales.
Pero esa paz dominguera se vio interrumpida al recibir la llamada de una amiga, que, entre varias preguntas, se mostró interesada por el final de temporada de GOT. Le di una respuesta amable, pero en realidad mentí. No se trata de ver después ese final, para que ello suceda, tendría que ponerme al día con todas sus temporadas, o, mejor dicho, darles otra oportunidad. Para mi buena suerte, he sabido aceptar que no sintonizo con ella. No, no creo que sea una cuestión generacional, solo que mis ánimos no encuentran los lazos emocionales e intelectivos que me permitan seguirla como sí millones en el mundo. 
Lo que sí me tiene entusiasmado en este asunto de las series, son los nuevos capítulos del policial galés Hinterland. Otra cosa, pues. Aquí la experiencia visual requiere de un compromiso del espectador, con mayor razón cuando la serie está inscrita en la tradición de las novelas policiales inglesas, a ello indiquemos que cada episodio dura poco más de hora y media. Con estas series sintonizo, de las otras paso, sin juzgar.

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