jueves, septiembre 28, 2017

fallida

Se ha dicho no pocas veces que la realidad peruana es dueña de una cantera de historias que tendrían que ser aprovechadas por nuestros narradores. Por esa sola razón, sorprende que estas historias no despierten el entusiasmo de aquellos que deberían ir a su caza. De haber sido así, la novela negra y la novela policial hubieran despegado y de esta manera tendríamos una tradición de novelas de género. En este sentido, si alguna utilidad diéramos a las novelas de género más allá de su propia naturaleza, estas serían las metáforas íntimas de la degradación moral y ética de este país.
No sé cuánto tiempo tenga que pasar para que haya escritores que aborden esta privilegiada realidad y la transfiguren en ficción, al respecto hemos tenido intentos, algunos logrados y muchos otros no. Al respecto, una pluma de la talla de Julio Ramón Ribeyro esperaba que géneros como el policial se desarrollen entre nosotros y no es gratuito este anhelo, manifestado, siempre, por lectores de cuna, que fortalecieron su gusto por la lectura en la adolescencia mediante las novelas de aventuras.
Por eso, para los que apreciamos las novelas policiales y negras, tan generosas en plasticidad para el discurso ficcional, nos alegra que se abra una puerta como la colección Roja & Negra de Random Perú. Esperemos que vengan más novelas en clave criminal y estoy seguro de que más temprano que tarde tendremos (muy) buenos aportes. Digo, sí, más adelante, porque la novela con la que se inaugura esta colección está muy lejos de lograr su cometido, me refiero a No tengo nada que ver con eso del destacado académico Juan Carlos Ubilluz.
La novela se enfoca en un sonado caso de matricidio que años atrás concitó la atención de los medios peruanos. Tratándose de una historia ya instalada en el imaginario social, importaba el tratamiento que el autor le diera, brindándonos otra mirada/lectura de la misma. Ubilluz no solo incurre en el lugar común temático, sino que apela a un discurso explicativo, alejado de la sugerencia, es decir, del fin estético. La novela no solo no transmite, sino también hace gala de un desarrollo por demás soporífero. 
En otro orden de cosas, y destacando lo positivo que hallamos en estas páginas, señalemos sus seis capítulos iniciales, que cumplen la función de presentarnos la historia y los personajes. Capítulos narrados con solvencia y vértigo, que nos anunciaban un curso atractivo, pero como se colige de lo ya dicho, esto no llega a ocurrir, porque la novela también peca de reiterativa, como si no le interesara avanzar como historia, a ello consignemos la flojísima disección moral de sus personajes, como la Hija y el Padre. Ubilluz debió arriesgar más y abrigar sin miedo la plasticidad (libertad) discursiva que demandaba tremendo argumento. Claro, en estas instancias tras la lectura, el lector decepcionado funge de Ray Donovan. Una posible solución mentirosa para ella pudo ser encapsular la historia: el lugar común pero sin repeticiones. Otra, la solución real: reescribir la novela bajo el nervio especulativo.

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