miércoles, septiembre 27, 2017

memoria al rescate

Termina la película, prendo mi celular. Es poco más de la una de la madrugada. Me dirijo a una máquina de café, imposible encontrar algún café cuando todos los locales de la Rambla de San Borja están cerrados. Camino por el sendero señalizado por carteles amarillos. Pero mis esperanzas se refuerzan al ver una máquina, aligero el paso, pero esta no es de café, sino de galletas y gaseosas. No soy el único a la búsqueda de la droga líquida, un par de chicas también se acercan y no demoran en  manifestar su descontento. Asumo que el café es también lo mismo para ellas que para mí, en especial cuando has pasado cerca de dos horas viendo una película que no te ha gustado solo por impresión, sino por mala.
Así es, me refiero a La hora final, de Eduardo Mendoza de Echave.
El argumento ya es harto conocido: la historia del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), que capturó al líder terrorista de Sendero Luminoso Abimael Guzmán. Con licencias que permite la ficción, el director intenta brindar un acercamiento a las vicisitudes que pasaron los integrantes de este grupo de inteligencia, sin embargo, así la ficción vaya en ayuda del desarrollo de su proyecto, este falla en los dos factores que no debe resentir una película: la verosimilitud y el desarrollo de la historia.
No soy quién para sugerir a los que saben más de estas lides, pero hubiera preferido el uso de más espacios cerrados, aprovechar la sensación de claustrofia de terror que se vivía a inicios de los noventa; pero en lo que sí tuvo que haber un mayor trabajo fue en el despliegue histriónico de los actores, que por más que hayan tenido que seguir las pautas de un guion por demás laxo (dueño de un paupérrimo conocimiento de causa, a saber, de los giros verbales), pudieron hacer algo más para que nos podamos identificar con sus personajes.
A la fecha, LHF es una de las películas más comentadas, como también discutidas en cuanto a su valor estético. No tengo duda alguna de que detrás de los saludos y defensas de la película se ubica un sano afán de comunicación, un llamado a un ejercicio de memoria sobre lo que significó la captura de Guzmán para la historia peruana contemporánea. Y memoria, quién lo negaría, es lo que más necesita la chibolada de las dos últimas generaciones. Se impone pues la fuerza del tema, el discurso de la violencia política, que esta vez viene al rescate de una película mediocre. Ya lo hizo en su momento con novelas, cuentarios, poemarios, muestras visuales y puestas dramáticas que no resistirían la más mínima prueba de rigor. 
Sin ser una obra maestra, propongo otra opción: La captura del siglo, que cumple, en lo que puede, en verosimilitud y tratamiento. La pueden ver aquí.

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