viernes, septiembre 29, 2017

para verla

En las madrugadas sigo ordenando mis películas, que agrupo en cajas para ponerlas en el almacén y así aprovechar el espacio para los nuevos estantes que llegarán a casa en los próximos días. Son muchas columnas de libros, las cuales me obligan a moverme con cuidado; pues bien, en medio de tarea de ordenamiento de películas, encontré una no he visto las veces que me hubiese gustado, a la que sin problema alguno le pondría el rótulo de Obra maestra.
Resulta curioso que no aparezca en las listas de las mejores películas del Siglo XXI, listas que hasta hace no mucho venían generando entusiasmo en la platea cinéfila. No creo que esta apreciación se deba a un mero capricho impresionista, porque Synecdoche, New York (2009), primera película de Charlie Kaufman, tiene más que suficientes méritos cinematográficos para ser considerada un trabajo mayor del presente siglo. Al respecto, haciendo un banal ejercicio especulativo, pueda que haya sido víctima de un involuntario olvido entre los entendidos que confeccionaron estas listas. A ello sumemos la complejidad conceptual de SNY, que la desfavorece para el gusto mayoritario, mas decir esto no es más que una forzada esperanza de buena voluntad, con mayor cuando vemos en las selecciones títulos menores como Moonlight, Munich y Virgen a los 40.
Si hablamos de Kaufman, nos referimos a un nombre clave en la escritura de guiones, pensemos en películas como Being John Malkovich, Adaptation y Eternal sunshine of the stopless mind, que el conocedor ha sabido apreciar. Nos pueden gustar o no, pero nadie negará que los guiones de Kaufman están pautados por una sensibilidad que, sin subestimar al espectador común, cuida su coherencia interna, que transita entre lo cartesiano y lo onírico, que viaja de lo estético a lo grotesco, que vemos en toda su amplitud en Synecdoche…
Caden Cotard (una de las mejores actuaciones de Philip Seymour Hoffman), un director de teatro cuya vida familiar es un desastre y preso de un ensimismamiento que acaba alejando a las personas que lo aprecian. Cuando las desgracias emocionales no pueden ser menos, Caden recibe la beca MacArthur, acontecimiento que le permite financiar una obra teatral en la que intentará plasmar todo su talento. Sin embargo, Caden descubre que está enfermo (anunciado en las primeras escenas), su organismo comienza a deteriorarse. Aquí, la narrativa lineal, el mandato de la lógica, que de imponerse no estaríamos hablando de una película de Kaufman. Kaufman huye de la realidad sin alejarse de ella, partiendo de la atribulación natural de Caden y apoyado de un selecto elenco de mujeres (Emily Watson, Jennifer Jason Leigh, Catherine Keener, Samantha Morton, Hope Davis, Diane Wiest y Michelle Williams), cada cual haciéndolo más infeliz, aun cuando este pone en escena lo imposible: reflejar el día a día de New York dentro de un hangar en el barrio teatral de la ciudad. Para Kaufman, el propósito de su película, su logística interna, obedece exclusivamente a Caden, en quien proyecta sus señaladas dimensiones (cartesiano/onírico y estético/grotesco), por medio de un ritmo ralentizado que nos lleva de la indignación a la tristeza, sin pasar por alto el humor negro, tan presente en los guiones de Kaufman y ahora en su ópera prima. De esta manera, el director interpela. El ocasional espectador asiste a un metadiscurso del histrionismo, es decir, las mujeres que rodean a Caden son todas las mujeres, y Caden todos los hombres.  
Ganas de spoilear no faltan. Solo recomiendo que la vuelvas a ver si ya conoces esta película, si en caso no, avisado estás.

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