miércoles, octubre 11, 2017

opinología

Después del partido, salí a recorrer las calles de Lima. Un breve paseo por algunas zonas de referencia. Había alegría, pero esta era calmada. Si había algo que celebrar, se llevaba a cabo en contenida prudencia. Lo ideal hubiese sido el desborde, la manifestación excesiva que obedecía a una clasificación directa de la selección al mundial de Rusia.
La selección no jugó bien. Pero a estas alturas sabemos que jugar bien no es garantía para conseguir puntos. En este sentido, la selección hizo lo que pudo y consiguió el repechaje porque las circunstancias lo hicieron posible. No hay que pedir más.
Hay que estar muy mal de la memoria y tener una deficiente capacidad de análisis para no reconocer lo mucho que se ha avanzado en este proceso. Nadie negará que la selección tuvo partidos memorables, que consiguió puntos en plazas que hasta hace no mucho resultaban imposibles.
Más de uno creyó que los muchachos de Gareca brindarían sus mejores luces ante Colombia. Pero como indiqué en un post anterior, los futbolistas colombianos y peruanos comparten más de un lazo, con la peculiar diferencia en que el pelotero tropical tiene más oficio y experiencia en esta clase de partidos. Por esa razón dominó el encuentro, esperó los ataques peruanos, sabiendo que la presión estaba en nosotros, que necesitábamos ganar y esperar los resultados de otros partidos.
Desde que acabó el partido no había visto las noticias, ni navegado por las redes sociales. Regresé a casa y me conecté. No lamento haberme conectado, aunque en vez de molestarme, no podía dejar de sentir cierta rabia y pena al ver la mezquindad de los opinólogos virtuales. El problema no es opinar, sino hacerlo sin una mínima reflexión. No diría nada si fueran unos cuantos, pero cuando te enfrentas a una corriente de opinión, no tienes otra opción que aceptar lo que vienen deparando las redes sociales: la democratización de la imbecilidad.
La selección hizo lo que tenía que hacer. Se sabía que los resultados de las otras selecciones la ubicaban en el repechaje contra Nueva Zelanda, entonces, se debía optar por cuidar la pelota, tal y como lo hizo en los últimos tres minutos. No se podía atacar a riesgo de un contragolpe colombiano, sino, miremos el tercer gol de Brasil, el de Neymar, que ganó en velocidad al arquero chileno Claudio Bravo, que estaba adelantado. ¿Qué hubiese ocurrido si en la desesperación los chilenos conseguían el gol del descuento?
La selección peruana es un equipo en formación. Y lo hecho en esos tres minutos lo he visto en otras selecciones con más tradición que la nuestra, como España, Alemania, Francia e Italia. Hay que repasar un poco la historia antes de enarbolar posturas de ética deportiva. 
Nos queda por delante un mes de angustia, pero también de esperanza.

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