miércoles, noviembre 15, 2017

copé de cuento 2016 en deuda

El premio Copé es el máximo galardón literario y cultural al que puede aspirar todo escritor peruano, al menos en teoría. Así es, en teoría, porque en la experiencia de la lectura ingresamos a una dimensión por demás decepcionante y ello se debe a que el organismo estatal que lo patrocina en sus categorías de Ensayo, Novela, Cuento y Poesía, no ha sabido construir su prestigio en base a la calidad, sino en el monto pecuniario con el que premia. Monto que seduce a todos los participantes, cosa que no suscita señalamiento por la sencilla razón de que el dinero es importante, ya que  brinda a los ganadores la posibilidad de dedicarse a su labor creativa e intelectual sin apuros durante un tiempo.
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Si hacemos una revisión fugaz a los textos ganadores y finalistas, encontramos pocas deliciosas uvas en el racimo. Pensemos en la categoría  Cuento, que junto a la de Poesía, es la más antigua del codiciado premio. Esta revisión viene a cuenta de la lectura del último libro que reúne a los ganadores y finalistas de 2016, El cuadro de Marilyn (2017).
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En esta larga historia del Copé de Cuento, no todo ha sido oscuridad, aburrimiento y barata antropología, tenemos textos ganadores que han estado a la altura, como “Cordillera negra” (1983) de Óscar Colchado, “Cuando las últimas luces se hayan apagado” (1994) de Yuri Vásquez, “El derby de los penúltimos” (1998) de Fernando Iwasaki, “Guitarra de palisandro” (2002) de Gregorio Martínez y “Los caminantes de Sonora” (2012) de Christ Gutiérrez.
Así es, muy pocos títulos ganadores de valía para tanta luz. Al respecto se ha especulado sobre los criterios de los jurados para designar a los ganadores y finalistas en cada edición bienal. Mas el motivo del presente artículo no es indagar en esta racha de desaciertos que no solo atentan contra la imagen del Copé y que horadan las trayectorias de sus autores. Para nadie es un secreto el poco interés que la prensa cultural, críticos literarios de medios y los lectores muestran hacia los ganadores. En otras palabras, y resulta penoso decirlo si vemos el Copé de Cuento en conjunto: la concursografía no garantiza calidad, menos conduce al reconocimiento literario, a lo mucho a contados saludos oficiales, y de allí la infatigable lucha contra el inmediato olvido.
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De los cuentos ganadores y finalistas del año pasado se viene erigiendo una mentira sobre la buena salud del Copé. Aparte de tratarse de una mentira rastrera, se impone la obviedad de su realidad: estamos ante el peor Copé de Cuento de la historia.
Pero seamos justos, si una característica identifica a los cuentos de su último volumen, es el anuncio de una renuncia a lo que configuraba a la mayoría de cuentos de otras ediciones: el quiebre de la bandeja de vidrio en la que se sazonaba un explosivo potaje, toda una experiencia culinaria que hacía explotar los estómagos más recios, cuyos ingredientes se imponían por su condición de tema y no por epifanía literaria.
Este quiebre con el tema ya lo podíamos rastrear en los cuentos que conforman el precedente conjunto, Patrimonio (2014), pero en esta ocasión el tópico viene encausado por un flojísimo tratamiento narrativo, o, en todo caso, por una narración excesivamente segura, que constatamos en los tres primeros puestos: el cuento que titula la publicación de Santiago Merino Acevedo, “Santeros” de María Lourdes Torres y “Esa pequeña luz en la ventana” de Miguel Ángel Torres Vitolas. Técnicamente irreprochables, pero a los que les falta nervio y arrojo en su desarrollo, por eso no emocionan ni comunican, solo transcurren en sus respectivas tramas. Los he vuelto a leer y me queda muy claro que estamos ante textos pautados por el cumplimiento estructural, me pregunto: ¿acaso fueron escritos para agradar?
Sin embargo, las gratas sorpresas las encontramos fuera del trío de ganadores, en este sentido, habría que prestar atención a lo que en el futuro haga Carlos Zambrano, cuyo cuento “Se llevan todo” dejó una buena impresión, además, le sugeriría al autor escribir más con el corazón, que de ser así, podría sorprendernos. Destaquemos también el destape de Jorge Casilla, su cuento “De lo que le sucedió a don Quijote en el bosque de Roque Guinart” mereció, sin lugar a dudas, una mejor ubicación si es que nos ceñimos a la frivolidad de los puestos. En lo personal considero que fue un error mandar este cuento al concurso, puesto que al Copé todavía le falta desarrollar la sensibilidad idónea para detectar lo mucho que transmiten textos como los de Casilla. Y Joe Iljimae confirma su proyección narrativa con el mejor cuento del volumen. Golazo de otro partido: “El hijo de las sombras”, en el que no solo hallamos destreza técnica, sino que asistimos a la unión discursiva del tema y la prosa, unidas en un propósito denso, aunque por momentos abusa de ello, que nos lleva a pensar en la violencia emocional digna del Onetti más alucinado. Nos encontramos ante un cuento que es un fiel reflejo de la creciente madurez narrativa del joven autor.

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En SB

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