sábado, diciembre 09, 2017

subvalorado

Ayer, mientras me encontraba en el  LUM a la espera de realizar algunas fotos, a la espera porque había más gente de la que había supuesto. Como lo que más detesto es tener la sensación de no hacer nada y estar perdiendo el tiempo, me puse a leer en calma, mirando al mar y con un café a mi costado, el último número de la revista Lucerna, que en su décimo número trae un libro adicional (claro, los números anteriores de la revista también traían uno, pero el de esta ocasión es otra cosa), la antología El bosque de las plumas de Li Tai Po. La impresión queda corta ante la impecable edición realizada por el director de la revista y editor del sello homónimo, Julio Isla Jiménez.
En principio, me interesaba leer la entrevista a Jorge Ninapayta, el texto crítico sobre una exposición de vanguardia surrealista llevado a cabo en Lima en 1935 y las traducciones de diez poemas de Cummings. Me puse en ello, pero la lectura se vio interrumpida ante el intempestivo saludo de Juan, un joven lector al que no veía en más de tres años, y de quien guardo un buen recuerdo. Juan estaba con su enamorada y luego de las puestas al día de rigor, me contó de la labor social que viene realizando para una ONG, institución con la siente muy comprometido, cosa que me alegró porque esa era la sensación que siempre he tenido de Juan, quien sabiendo que me había interrumpido, siguió visitando las salas de exposición permanente del museo. 
Seguí en la lectura, prestando especial atención a uno de los conceptos de Ninapayta sobre el cuento. Punto de vista interesante sobre la intención pedagógica del género, que estoy seguro hará saltar a más de un sabelotodo. Bien puedo estar o no de acuerdo con Ninapayta, hay pues un peligro en lo que dice, pero también, y dejando de lado los posibles desacuerdos, un concepto como este adquiere relevancia gracias a su autoridad, al reflejo de aquella idea en sus cuentos, la mayoría de ellos dueños de una alta calidad. Ninapayta es uno de los escritores peruanos más subvalorados y su muerte no solo refuerza esa penosa condición, sino también un magro destino: el olvido.

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