miércoles, diciembre 13, 2017

tragedia y verdad

En estas últimas semanas no he podido ser ajeno a las resonancias emocionales e intelectuales a causa de la lectura de El meteorólogo (2017) del escritor francés Olivier Rolin.
Quizá la referencia al autor no sea del todo cercana para el lector de estos lares, pero si me animé a leer el libro fue a cuenta de la editorial que lo publica. No es para menos, puesto que el catálogo de la editorial española Libros del Asteroide me ha brindado no pocas experiencias que termino atesorando. Lo mismo podría decir de otros sellos que marcan una saludable diferencia con la oferta de editoriales más poderosas.
Como señalo en el primer párrafo, aún persiste el impacto del libro, lo que me lleva a preguntarme en qué consiste su radiactividad. Al respecto, podemos especular sobre sus senderos, sean estilísticos, estructurales y temáticos. Igualmente podríamos inquirir sobre su naturaleza genérica y, en lo que a mí respecta, no me preocupa su linaje. Si es novela o testimonio, poco o nada suma en la valoración que habría que dar a Rolin como escritor, que no solo nos ha entregado un ejemplo de su calidad literaria, sino también una historia que tiene el suficiente poder de ir más allá de la experiencia de la lectura, en otras palabras, no solo nos quedamos con un perfil configurado para sus evidentes fines narrativos, sino con una sensación que obliga al lector a cuestionarse existencialmente y también a pensar en el otro, el prójimo.
Así es, estamos hablando de un pequeño acontecimiento. Y se lo debemos a Rolin, porque si algo identifica a la narrativa actual en el mundo, es precisamente la ausencia de libros que vayan más allá de su condición de tales. Pero este acontecimiento no sería lo que es si su hacedor no fuera dueño de convicciones políticas e ideológicas, según su hoja de vida, pautadas por la militancia. Cuando joven, Rolin fue un creyente en la revolución comunista, pero antes de hipotecarse a partido alguno, se mantuvo aferrado a los principios en los que se nutría la revolución, principios que sabemos, hasta para quienes no sintonizamos con la seña política, descansan principalmente en la protección del hombre y la igualdad social. Rolin no tardó en decepcionarse de la revolución por culpa de sus sátrapas y dictadores, que hicieron que esta trajera hambre, miseria, muerte y humillación. Su mayor ejemplo trágico: lo ocurrido con la URSS.
Consignamos esta postura del autor con el fin de entender el ánimo del proyecto narrativo que nos cita. Sin esa creencia en los principios de izquierda, no tendríamos en manos la joyita narrativa El meteorólogo, que nos presenta a quien ya debemos tener en el radar: Alekséi Feodósievich Vangengheim, un destacado hombre de ciencia que se desempeñó como jefe del Servicio Meteorológico de la URSS, Vangenheim era un convencido de la importancia de su labor, asumida como piedra angular para los fines de la revolución del Partido dirigido por Stalin. Vangenheim sabía que estaba siendo parte de un cambio que podía extenderse por todo el planeta, sentía la revolución en la piel, al punto que llamó Eleonora a su hija porque ese era el nombre de la hija de Lenin. En otras palabras, Vangenheim era uno de los aliados de la revolución comunista.
Como todo Estado totalitario, la URSS comenzó a sacar a flote sus lados especulativos y conspirativos, condimentados con irrefrenable paranoia. Había que cuidar la transformación social y en este cuidado absolutamente todos eran sospechosos. En 1934, el reputado meteorólogo es acusado de traición a la causa revolucionaria y sin más explicación fue enviado a las islas Solovkí, que conformaban la cárcel geográfica del Gulag. Nuestro hombre de ciencias no sabía de qué clase de traición se le acusaba, y como era tan bienpensado, llegó a creer que su situación partía de un malentendido. En los días y noches de carcelería, y debido a sus ataques de nervios que lo hacían ineficaz para el trabajo físico, Vangenheim se dedicó a la lectura y el estudio. Tengamos en cuenta que no era la única persona con conocimiento, también se encontraban músicos, científicos, escritores y filósofos en su misma situación. Por ello, cuando eran intervenidos, estos no dudaban en llevar consigo todo su material de trabajo. El personaje de Rolin leía mucho, pero también dedicaba las horas a la escritura de cartas, en este orden de destino: su hija, su esposa y el dictador Stalin, a quien rogaba que viera por su situación, ya que no entendía el porqué de su encierro cuando la revolución que él comandaba era también la suya.
Como padre ausente de la crianza de su hija de tres años, las misivas a su pequeña exhibían un contenido pedagógico sobre las maravillas naturales, como los amaneceres, y también la flora y fauna que veía a diario. Estas cartas venían acompañadas de dibujos y pequeños textos que los explicaban.
En este punto, no es nada gratuita la información de las cartas a su hija. Gracias a estas misivas es que la historia del meteorólogo llega a las manos de Rolin, que arriba a ella tras una invitación en 2010 a la Universidad de Arjánguelsk. No era la primera vez que Rolin prestaba servicios académicos, y como ya conocía el lugar, decidió hacer otros viajes cortos, quedando fascinado por el paisaje de Solovkí, lo que hizo que germinara en él la intención de hacer una película. Para ver las locaciones de su posible proyecto cinematográfico, Rolin regresó a Solovkí en 2012. En este nuevo viaje que el autor se topa con la historia secreta de Vangenheim, de quien tiene conocimiento gracias a un álbum no venal preparado por la hija de un desaparecido llamado, precisamente, Vangenheim.
Las intenciones de hacer una película quedaron de lado porque el llamado sobre la vida del meteorólogo ejerció en nuestro autor una obsesión complicada de eludir. La fascinación por saber más de este hombre bueno y común fue el impulso que llevó a Rolin a elaborar un rompecabezas informativo, labor que de por sí se pintaba de imposible. Tengamos en cuenta que han pasado muchas décadas desde la desaparición del meteorólogo y que lo más probable era que existieran contadas posibilidades de encontrar testigos directos que pudieran explicar lo que pudo pasar con él.
Rolin empieza a recoger material, todo el disponible para reconstruir la noción de un hombre injustamente acusado por el Partido y condenado a muerte. El autor se vale de las cartas, como también del testimonio de historiadores y la voraz lectura de libros que abordaran las secuelas de la dictadura de Stalin. Es precisamente en este armado de información en donde encontramos la médula de este proyecto. Nos enfrentamos, más que a una inteligencia, a una sensibilidad que en la administración de información es capaz de indignar y conmover. Esta ambivalencia sensorial se la debemos a la autocrítica de Rolin que señalamos líneas arriba. Rolin cree en los principios del comunismo, pero no en la desgracia que hicieron de él sus asesinos.
Lo ideal es calificar a El meteorólogo como un extraño artefacto narrativo. La decepción de Rolin del sistema comunista le permite ejercer una libertad discursiva, que vemos en la exposición de los materiales a disposición, y en este curso el autor no es ajeno a sus opiniones sobre Vangenheim, tal y como podemos ver en los párrafos en los que resalta la ingenuidad del científico al creer que su situación partía de un mal entendido o de un mero error burocrático, cuando lo cierto era que ya estaba condenado a muerte.
¿Una historia real? Por supuesto. ¿Hay algo de ficción en esta publicación? Lo más probable, y de ser así, poco o nada importan las fijaciones sobre las gotas de ficción capaces de teñir un texto de no ficción. Rolin tuvo que especular y así llenar los vacíos en la tragedia humana que nos presenta. Además, lleva a cabo esta empresa mediante una prosa aséptica, que nos revela su grado de compromiso con la palabra escrita en función a su tema, o sea, una ética discursiva contra el ego creador, esa criatura maligna capaz de resentir cualquier proyecto literario gracias a los caprichos de la prosa adornada. En la aparente facilidad de la palabra, Rolin nos obsequia una historia de vida con el poder de hacernos mejores personas. Hay que agradecer.

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En SB

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